David, pequeño, sin armas, sin tecnología, sin entrenamiento VENCE a Goliat. SIEMPRE le vence.
David siempre vence a Goliat. No decimos «venció» en pasado, como algo que ocurrió, sino en presente, como algo que es, algo que siempre es, algo que está sucediendo.
David, la inocencia, siempre vence a Goliat, el pensamiento, la astucia, la sabiduría del daño, del abuso.
La espada de Goliat supone muchas horas, días, años pensando en cómo hacer daño a tus enemigos; pensando en matar. Y muchas horas ejercitando la fuerza para matar, amedrentar, rendir.
La coraza y el casco necesitan y suponen años de perfeccionamiento de una tecnología para evitarte ser herido.
Pero toda esa técnica, esas tecnologías, ese entrenamiento, esa inversión monetaria queda sin efecto ante un simple niño.
Un niño sin armas, sin tecnología, sin fuerza, canaliza, es canal, baja a tierra la fuerza real y poderosa de lo invisible que crea y sostiene la vida.
La Madre Tierra golpea a Goliat. Un pequeño fragmento de la Madre Tierra, una simple piedra, es suficiente para acabar con el poderoso.
Entonces, el brazo de David es el brazo de la Madre Tierra.
El pequeño brazo del pequeño David es suficiente para poner en movimiento el pequeño fragmento de la Madre Tierra.
La Madre Tierra o el Padre Dios, aquel que todos los años proclama su nombre por boca de humanos que dicen «Él es La Roca».
Él es La Roca, su obra es perfecta, pues todos sus caminos son justicia»(Dt 32,4)
Andrés significa «hombre», ser humano, genérico que incluye varon y hembra.
Y Simón significa «que ha escuchado». Todo hombre, hembra o varón que ha escuchado, que está despierto es una piedra, «Pedro», que destruye la soberbia, el abuso, el terror, la arrogancia.
Todo ser humano despierto es el brazo, la mano de la Madre Tierra y del Padre Dios. No temas.
El poder está en lo aparente. La inocencia, la ausencia de malicia está en lo real.
Al desechar libre e intencionadamente la malicia abres la puerta a la maravilla.
David vence a Goliat siempre que desechas la malicia y haces real la inocencia.
José Cabal. Vía Tzolkin