Nos gusta hablar de la dualidad. ¿De qué cosa mejor podríamos hablar que del maravilloso encuentro con el otro, que restaura la unidad?
En este tiempo actual, y solo Dios sabe cuándo comienza el tiempo y por tanto la actualidad, el presente, hemos descubierto la dualidad, la polaridad, el yin y el yang. El tema de la tesis, la antítesis y la síntesis de aquel materialismo dialéctico ya no nos cuenta nada. No ha funcionado, ha habido millones de muertos y ruina, incluso ruina moral. Hablar de las personas como objetos no nos ha llevado a ningún sitio. Recuperar el amor y la emoción, sí.
Hablar de la dualidad nos lleva al uno de unir. La síntesis no es el uno. El uno es uno de unir y la unión es el amor. Hay una unión en el amor, pero eso no es una síntesis. No es nada que sea “sin”; el amor es siempre “con”.
La dualidad aparece como maravillosa, porque hace referencia al otro, a todo lo otro que no eres tú y que te complementa, te conforta, te acompaña y te permite elevar al águila para acudir al encuentro con la luz, atravesando el agua.
Hay una dualidad maravillosa en todo lo que te rodea. Hay una dualidad maravillosa en ti, y hay un momento maravilloso de paso del dos al uno, de reencuentro con la unidad.