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(29/4/2014)
Las células madre se multiplican de forma exponencial, como una explosión, y no desgastan su telómero.
Las células normales no se replican exponencialmente sino que se duplican, y en ocasiones van consumiendo o desgastando su telómero, por lo cual al cabo de unas cuentas duplicaciones empiezan a envejecer. Pero las células madre no envejecen, sino que mantienen permanentemente su fuerza y su capacidad de reproducirse, de tal manera que las podemos considerar como resonantes en la inmortalidad, en la renovación permanente de la vida, es decir un poco lo equivalente conceptualmente a la nave de Isis, a la renovación constante de la vida.
Podemos ver cómo en el cuerpo del ser humano hay algo que le une a dimensiones superiores, que sería esta posibilidad de renovarse permanentemente.
Hay una parte que le une a dimensiones superiores y al tiempo no quemante sino constante, o sea del amor que nunca se acaba, y otra parte de su cuerpo estaría relacionado con el tiempo quemante de Cronos, que devora a sus hijos, y que correspondería a esta dimensión sufriente, donde las cosas envejecen y mueren.

En el cuerpo coexistirían esas dos posibilidades. Luego está la conciencia, que puede enfocarse hacia una de estas dos realidades que existen en el cuerpo. Si la atención de la conciencia está volcada hacia las cosas finitas, que se marchitan y mueren, y desconoce la otra realidad, donde todo florece de forma permanente, quizá podríamos considerar que esa persona, presente al vivir muriendo, está en realidad dormida a la otra realidad, donde se trata de vivir interactuando gozosamente de forma permanente.